Una guerra posmoderna librada con drones y celulares
El siglo XXI ha trasladado la guerra del campo físico (de hecho visiblemente alterada, entre otros, por la prolífica utilización de drones) al campo semántico, donde los significados pesan más que los hechos. En otro plano, las armas tradicionales han sido sustituidas por imágenes, palabras y emociones. Cada video de destrucción, cada fotografía de un niño cubierto de polvo, circula por millones de teléfonos celulares como metralla emocional, capaz de perforar la razón y reconfigurar la percepción colectiva. El móvil es hoy el arma ligera de la guerra simbólica, y las redes sociales su teatro de operaciones; y en este escenario, el islam mesiánico pero también político ha encontrado una herramienta de poder sin precedentes: una plataforma para amplificar su mensaje, envuelto además en un lenguaje humanitario y moralmente justiciero. La eficiencia militar palidece frente a la eficiencia narrativa. Quien controla el relato controla el significado de la victoria.
Los hechos
El brutal ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 no fue solo una erupción de violencia, sino una operación disruptiva destinada a frenar el rapprochement árabe-israelí encarnado en los Acuerdos de Abraham. Irán promovió y sustentó el asalto de Hamas para interrumpir esa iniciativa regional impulsada por EE. UU. El objetivo era evidente: impedir la consolidación de una alianza árabe-occidental que marginara a Teherán y, de paso, a sus poderosos proxies. Sin embargo, para Irán, en el plano regional, su cruel iniciativa terminó siendo autodestructiva. Su principal proxy en la región, el Hezbollah, fue totalmente desarticulado; las fuerzas hutíes de Yemen fueron severamente contenidas; y el programa nuclear iraní sufrió daños incalculables. Tras la respuesta israelí, Gaza misma quedó reducida a escombros —una reacción que, por dura y radical que haya sido, se inscribe en la necesidad existencial de una nación que lucha por su derecho a existir.
Y, sin embargo, en otra dimensión —la simbólica, la mediática, la emocional— el conflicto generó un resultado que ningún estratega militar podía haber previsto: la expansión ideológica y cultural del islam político en el seno de las democracias occidentales.
Esa expansión no fue producto de un plan maestro, sino de una convergencia espontánea de tres fuerzas. Primero, la emocionalidad digital: la imagen viral como arma moral y como instrumento de movilización. Segundo, la afinidad entre la narrativa islámica —estructurada en torno a la dialéctica opresión versus resistencia— y el lenguaje moral del progresismo occidental, inclinado a reinterpretar los conflictos bajo la culpa poscolonial. Tercero, la energización de las poblaciones musulmanas de Europa y Norteamérica, que encontraron en Gaza un punto de identidad, cohesión y afirmación política.
Hamas perdió territorio; Irán perdió influencia; la alianza de los hijos de Abraham avanza, pero el islam, llevado al terreno político, acompañado de un recrudecimiento del antisemitismo, globalmente se ha expandido.
Este paradigma confirma, como nunca antes, la famosa máxima de Clausewitz: la guerra, llevada a la narrativa, es una forma distinta —y brutalmente efectiva— de hacer política. Y su arma predilecta es el celular.
De la derrota táctica a la expansión ideológica
La derrota de Irán en Gaza pertenece a la historia factual; sus consecuencias universales, sin embargo, pertenecen a la historia simbólica. Aunque fue vencido militarmente, el marco ideológico de Irán —religioso, mesiánico y antisemita— penetró la imaginación de las democracias liberales. Su cosmovisión encontró eco en sectores del progresismo occidental que, movidos por la empatía y la culpa, reproducen inadvertidamente los códigos del islam.
Mientras tanto, la comunidad musulmana de Occidente —joven, conectada y consciente de su número— se ha convertido en un actor político emergente. No se trata solo de presencia demográfica, sino de movilización cultural organizada, capaz de alterar los equilibrios simbólicos e incluso electorales en sociedades que creían haber superado el conflicto religioso.
El resultado es una penetración ideológica de baja intensidad pero alta eficacia, que combina fe, identidad y narrativa moral. Sin conquistar territorios, el islam político ha ensanchado su legitimidad —universidades, medios, redes sociales y foros culturales. Habla el lenguaje de los derechos humanos, mientras persigue imponer una alternativa civilizatoria: el reemplazo del paradigma liberal por una visión teocrática, engañosamente envuelta en victimismo moral.
La ironía histórica
Gaza 2023 no marca la victoria de Irán, sino su derrota más fértil. Perdió en el campo de batalla; también, por carambola, perdió a su aliado más cercano, Siria; y, sin embargo, el islam político emergió fortalecido.
El desenlace es inquietante: la guerra, en este plano, ya no se libra en Gaza, sino en la mente de quienes observan Gaza. El conflicto catalizó una invasión cultural sin ejércitos, impulsada por la emoción digital.
Se me ocurre que sería una profunda ironía histórica que, mientras en el Medio Oriente el presidente Trump logra unificar al mundo árabe —algo que jamás había podido lograrse— y los Acuerdos de Abraham se consolidan como un legado fundamental, en Nueva York —la ciudad que ha sido eje de su vida y de su fortuna— el poder político pasara a manos de un alcalde que, además de progresista, pertenece a la corriente islámica y es musulmán.
Sobre el autor
Henrique Salas Römer, egresado de Yale University y miembro del Consejo Asesor del presidente de su Alma Mater (2000–2019), ha vivido en muchos mundos: la empresa privada, la academia y el servicio público — como parlamentario, gobernador y primer presidente de la Asociación de Gobernadores de Venezuela. En 1998 fue el principal rival de Hugo Chávez en su primera elección presidencial. Antes de ingresar a la vida pública, fue director general de STRATEGYON, un prestigioso think tank. También articulista y editor, es autor de El futuro tiene su historia (2019), obra bien recibida por el público lector y elogiada en círculos académicos.sidente de la Asociación de Gobernadores de Venezuela. En 1998 fue el principal rival de Hugo Chávez en su primera elección presidencial. Antes de ingresar a la vida pública, fue director general de STRATEGYON, un prestigioso think tank. También articulista y editor, es autor de El futuro tiene su historia (2019), obra bien recibida por el público lector y elogiada en círculos académicos.
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